- El actor asegura que en los inicios de su carrera pensaba que el cine y la televisión eran “como una especie de aristocracia a la que uno optaba por ser familia de alguien”
- Pese a los éxitos en su larga trayectoria, confiesa que el “síndrome del impostor” no ha dejado de acompañarle
27/10/2010.- El actor riojano Javier Cámara ha protagonizado este martes la primera de las dos master class programadas en la 65 edición de la Seminci, que esta misma tarde le hará entrega de una Espiga de Honor. En este foro, ha reconocido que su experiencia le ha llevado a darse cuenta de que en muchas ocasiones, las personas no son conscientes de que ya están preparadas para determinadas cosas y son los demás quienes tienen que hacérselo ver.
Eso fue, precisamente, lo que a él le ocurrió cuando recibió la llamada de Pedro Almodóvar para participar en ‘Hable con ella’. “Hay cosas muy bonitas que te pasan en la vida, y hay gente que lo ve antes que tú, y tú llegas más tarde. A veces no nos enteramos de que ya estamos preparados para ciertas cosas. Cuando (Almodóvar) me ofreció el papel, le llamé y le dije que eso no sabía hacerlo, a lo que me contestó que él sí sabía. Porque yo leí eso y pensé: ‘estoy a años luz”.
Todo eso sucedió durante sus años como protagonista de la serie televisiva ‘Siete Vidas’, soporte en el que ha confesado que nunca se imaginó. “Yo nunca me vi en el cine, jamás (…) Nunca soñé con cine o televisión”, ha admitido el intérprete, quien en sus inicios consideraba que solo se estudiaba teatro, por lo que pensaba que el cine y la televisión eran “como una especie de aristocracia a la que uno optaba por ser familia de alguien”.
Nada más lejos de la realidad: la televisión, en concreto aquella serie, fue entonces un trampolín en su carrera y aún en la actualidad mantiene un fuerte apego a ella: “es fantástica en sí misma. Hay tantas cosas que hacer en la tele… yo siempre quiero volver a la tele”. Eso sí: solo si el producto es bueno y le interesa, como asegura le sucedió con ‘Vamos, Juan’.
«Reaprender» a hacer teatro
Con el teatro le sucede algo parecido: le apetece mucho volver y sabe que lo hará, pero en este caso reconoce sentir cierto miedo, porque las tablas requieren de un nuevo entrenamiento, de aprender a actuar de una forma distinta a la que impera en la gran pantalla, que tiende a “cortar las alas” en determinadas muestras de emoción. “Me ha costado mucho aprender eso y tendré que reaprender a hacer teatro”, ha confesado antes de sumar otro miedo: el telón sube todos los días, por lo que cada función es un nuevo comienzo.
En su conversación con el director de la Seminci, Javier Angulo, Cámara ha hablado sobre sus inicios y el camino que ha seguido su trayectoria, además de compartir recuerdos e inquietudes. Se marchó de su pueblo, Albelda de Iregua, porque se “ahogaba” y porque la Arqueología, que era lo que quería estudiar, se alejaba mucho de las expectativas de su padre, que esperaba que continuara con las labores agrícolas en las que él trabajaba.
“Me costó enterarme de que lo que me apetecía en el mundo era hacer esto, nunca me lo hubiese imaginado”. Así que se marchó de Albelda con destino Madrid, donde, con el fin de no perder un año, se matriculó en la Real Escuela Superior de Arte Dramático. Ya había hecho sus primeros pinitos en el grupo de teatro de la Universidad Laboral, y aunque nunca había soñado con ser artista, se dio cuenta de que era lo suyo cuando vio a José Luis Alonso de Santos dirigiendo a un actor y cuando, de repente, se percató de que le resultaba fácil estudiar porque entendía lo que le explicaban.
Para poder mantenerse en Madrid, Cámara fue acomodador en el teatro Fígaro (“¿hay algo mejor para un aprendiz de actor que trabajar de acomodador en un teatro?”) y camarero en la Filmoteca, aunque aquellos años de formación en Arte Dramático “pasaron como un suspiro”. Y pronto llegaron las oportunidades: su trabajo en el cine le ha proporcionado grandes dosis de aprendizaje y mucha experiencia. Y aunque la formación está ahí, ha explicado que busca referencias en otros sitios para interpretar sus papeles: una forma de caminar, un perfume… “cada personaje es un mundo”. Eso sí, no siempre lo fácil es lo mejor: “cuanto más distante sea el personaje, más te acercas a ti. Cuando lo entiendes bien, aprendes poco… pero con un personaje muy lejos de ti, dices: pues ahí dentro también estoy yo”.
También ha aprendido a dejarse llevar por la historia en la que trabaja, más allá del tono que tenga, cómico o dramático, porque le permite disfrutar mucho más del personaje, del hecho de “respirarlo con el otro”.
«Poner los muertos sobre la mesa»
Uno de los momentos más emotivos que ha recordado durante la master class llegó de la mano de ‘Truman’, en la que trabajó con Ricardo Darín, “un ejemplo de actor”. “Es un tipo tan divertido, tan humano, tan sensible, tan frágil… tan discreto… fue una cosa muy bonita”. Aún hoy, recuerda con todo detalle aquel primer encuentro con él en presencia del director, Cesc Gay: como llegaba de Argentina y Cesc de Barcelona, Cámara ofreció su casa para los ensayos. Preparó café y cuando se sentaron, Darín les invitó a poner “los muertos sobre la mesa”. “Mi padre había fallecido hacía muchos años y tenía que enfrentar una película sobre la pérdida”. Así que Darín comenzó a explicar las razones por las que hacía la película… “Fueron dos horas de conversación deliciosa: los tres hablamos a calzón quitado de los muertos e historias que podíamos poner sobre la mesa… y de repente dije: esto tiene que pasar antes de empezar cada película”.
“La humanidad es una gran lección”. Es uno de los aprendizajes del intérprete, quien tras haber trabajado con los grandes, ha llegado a entender que los directores no siempre tienen las cosas claras, por lo que esperan que las tenga el actor para poder dedicarse a otra cosa, y que las relaciones con ellos se basan en la confianza. En este sentido, ha recordado cómo Almodóvar le cuenta al actor hasta el último detalle. “Es exhaustivo, pasional, y sobre todo se enamora de sus actores y actrices”. Isabel Coixet, bajo cuya dirección ha trabajado en varias ocasiones y a quien la Seminci también ha entregado este año una de sus Espigas de Honor, es “una mujer muy especial” que “se ha hecho a sí misma absolutamente, es una fuerza de la naturaleza”.
Pese a los éxitos, el “síndrome del impostor”, es decir, el miedo a ser descubierto como un fraude, no ha dejado de acompañarle. “Yo lo he hablado con muchos amigos, incluso con la gente más talentosa: uno piensa que va a venir el sindicato de actores a tu casa y te va a decir que ya está”.
Admira la naturalidad y la humanidad, y agradece que le digan que son dos valores que transmite. “Me gusta mucho la frescura, la naturalidad, la calma… (…) ¡Lograr momentos de naturalidad y frescura es tan difícil!”.