En La Mif, el director y escritor suizo Fred Baillif ahonda en el día a día de un hogar temporal juvenil, para víctimas de abusos, atendido por asistentes sociales. La película, en la que se entremezcla la ficción y el documental, cuestiona el sistema de casas de acogida para niños y jóvenes en Suiza y, por extensión, en otros países europeos.
Las historias de las adolescentes que protagonizan La Mif (The Fam), ¿son historias reales?
No, no son historias verídicas de adolescentes. Yo necesitaba ciertos límites de carácter ético, líneas rojas, como por ejemplo no dar por ciertos hechos que no son parte verdadera de la historia de los personajes. Los personajes son reales en el sentido de que aportan su personalidad y sus emociones auténticas. Pero los hechos no son necesariamente verdaderos, sino fruto del trabajo de documentación que hicimos desde el principio el proyecto, que consistió en entrevistas con niñas y adolescentes de la institución. Más concretamente la documentación consistió en entrevistar a las personas de la institución donde íbamos a rodar: adolescentes todas ellas de 16 años en aquel momento. Las entrevisté a todas, y luego hicimos con ellas talleres de improvisación, en los que les pedíamos que fueran ellas mismas. La única regla que tenían que seguir era no intentar actuar en ningún momento. La idea es ser consciente de que estás dirigiendo a actrices no profesionales. Por esa falta de formación actoral, es importante facilitarles una información unívoca y clara. De este modo se concentran mejor y desarrollan una mayor confianza en sí mismas.
¿Ha sido difícil trabajar con actores no profesionales a la hora de tocar temas tan delicados como los abusos a menores?
Para mí fue muy importante cuidar este aspecto. Por eso era tan importante conocernos bien previamente: en las entrevistas, pero también pasando tiempo con ellas. Fueron dos años de talleres, visitas… para conocernos. No hay nada en la película con lo que no estuvieran de acuerdo. Siempre les preguntábamos previamente y hablábamos de las cosas. Si en la realidad alguien había sufrido algún caso de abusos sexuales, o bien yo lo sabía previamente o ellos mismos lo proponían como un tema que querían que apareciera en la película. Nunca obramos a la ligera en este sentido, sino que siempre lo debatíamos con las adolescentes. No obligamos a nadie a hacer o decir nada que no quisiera. Y aún si habían dado su aprobación, siempre les dábamos la posibilidad de cambiar sus palabras. Hay un guion escrito, pero los diálogos no figuran en él. Y gracias a su capacidad de improvisación, las chicas siempre podían cambiar cosas, adaptarlas, sugerirme que quizás alguna cosa no teníamos que incluirla… O me decían: yo nunca usaría esas palabras, lo contaría de esta otra forma. Fue en todo momento un trabajo de equipo. Y siempre con la colaboración de trabajadoras sociales. Claudia, que interpreta el papel de Lora, estuvo siempre presente para hablar con ellas si, por ejemplo, había alguna escena más fuerte, un momento intenso desde el punto de vista emocional. Siempre dedicábamos tiempo a hablar de estas cosas y a explicarlas. Recuerdo que a Kasia, una de las chicas, cuando hizo la escena en la que llora, le dedicamos un buen rato a hablar con ella después de la toma.
Usted trabajó unos años en la asistencia social a jóvenes, y en su película queda claro que una institución como la casa de acogida, regida por leyes férreas, no puede funcionar como «una familia». ¿Qué haría falta para eso? ¿Se puede ayudar a estos niños y jóvenes con problemas manteniendo la «distancia profesional»?
Esta pregunta es el núcleo de la película. Es justamente la pregunta que quería plantear con ella sobre la base de mi propia experiencia. Personalmente la distancia profesional siempre me supuso un problema. De ahí esa escena tan fuerte entre Novinia y Susana en el coche, donde ella le dice: «Somos como vuestros padres, pero no somos vuestros padres en realidad… Os queremos proteger y os queremos, pero no exactamente como si fuéramos vuestros padres». Para mí esto fue siempre un gran problema. Y es justo lo que quería mostrar en la película. Pero tampoco tengo una respuesta. Quizás el concepto de «familia de acogida» puede ser la solución adecuada. Las familias pueden desempeñar el papel de unos padres, pero dentro de una institución es complicado porque hay muchas cuestiones de tipo político. Este era mi mensaje. A nivel personal, ser un director de cine independiente me dio la libertad de construir una relación de verdad con Kasia y las demás chicas. Hoy ya no son adolescentes, pero creo que deberíamos poder tener una relación de verdad y hacer las preguntas que plantea la película. ¿Qué les aportamos a estas niñas? ¿Protección o amor y afecto? Pero esto último no nos permiten hacerlo. Nos limitamos a facilitar cierto tipo de «relación», pero con distancia. No creo que ellas lo entiendan fácilmente. Es mi opinión. Creo que se entiende cuando se ve la película.
A los menores que llegan a estas casas muchas veces el sistema les trata como delincuentes en lugar de como víctimas. También se les niega el derecho a vivir su sexualidad e incluso la posibilidad de hablar y dialogar sobre ello. ¿A qué lo atribuye?
Para mí, el tema de la sexualidad lo plantea Claudia (que interpreta a Lora, la directora del centro de acogida). Ella fue durante bastante tiempo la cabeza de familia. Cuando hice las entrevistas preliminares, me lo contó. Para ella este fue el problema más grande con el que tuvo que enfrentarse como directora. El tabú de la sexualidad, cuando se producen hechos de los que ni siquiera podemos hablar y que implican la intervención de la policía, sanciones, etc. Todo esto proviene de su experiencia. Pero ella lleva muchos años peleando por un cambio. Por eso Kasia ya vivió esos cambios en la institución. Hay más libertad a la hora de hablar de estas cosas. Pero cuando interviene la justicia, ya no puedes hacer nada; hay que respetar el sistema jurídico. De lo contrario, como trabajador te puedes meter en un lío. Por eso sigue habiendo un gran problema en este sentido. Sobre la idea de que las tratan como «chicas malas» o problemáticas, este es para mí otro escollo de la institución. En cuanto institucionalizas a una menor, la metes en un gueto. Y aunque desconozcas su historia, te formas una opinión sobre ella. Todos tenemos este tipo de opiniones preconcebidas y esto le causa a estas menores un problema: es como si las marcaran con un sello. Eras una menor «institucionalizada». También las trabajadoras les aplican un tratamiento diferente por la misma razón. Las consideran vulnerables. Yo mismo me enfrenté a este problema como trabajador social. ¿Cómo tratar a la gente por igual sabiendo que están custodiados por una institución? Es complejo; hay que hacer un esfuerzo. Pero este fue precisamente el proyecto y el sentido de la película: situar a todo el mundo (las menores, el personal del centro, la administración) al mismo nivel. Por eso decidí que Lora también fuera un personaje problemático. No es solo una persona adulta, tiene más problemas que las propias chavalas. Se trata de de-construir la idea de que los menores en instituciones son personas más conflictivas que las demás. Yo no estoy de acuerdo con eso. A veces sí, pero no en la mayoría de los casos.
El personaje de Lora, la directora del centro, sí está basado en una persona real, Claudia Grob, a quien usted conoció de cerca y que en la película hace un poco de sí misma. ¿Qué fue lo que aprendió de Claudia y qué le llevó a proponerle participar en la película?
Claudia constituye la principal fuente de inspiración de la película desde el comienzo: por todo lo que me contó y por su larga experiencia. Era evidente que tenía que interpretarse a sí misma, aunque todo sea una ficción. En su vida personal no sucedieron esas cosas que se cuentan, aunque sí un poco en su vida profesional. Pero interpreta un papel, es ficción. Y lo hace muy bien, porque tiene más experiencia que yo. Por eso confié en ella, aunque no esperaba que fuera tan sumamente buena. Y lo mismo Kasia. Fue una enorme sorpresa, un talento natural. Pero llegar a ese punto implica un proceso largo, llevarlas al momento en que nos ponemos a rodar y que estén perfectamente preparadas para aportar lo que necesitamos. Llevó mucho tiempo, mucho trabajo para entendernos y conocernos. También ellas llegaron a conocerme a mí. Fue mutuo. Construimos una relación.
La película cuestiona y critica el sistema de casas de acogida para niños y jóvenes en Suiza, algo que probablemente pueda ser extensivo a otros países europeos. [“Un centro juvenil no puede ser una prisión”, dice Lora.] El propio sistema también ejerce violencia contra los y las menores. [En la película una de las chicas afirma haberse sentido violada (quizá, más que físicamente, en su intimidad) después de que le hagan un examen pélvico…] ¿Sabe de algún país donde funcione bien el sistema de protección de menores?
Yo no soy un experto, no lo soy. No sé como funciona en otros países… Lo que intento demostrar es que es una cuestión de prioridades. La prioridad de los trabajadores sociales debería ser lo que yo estoy haciendo ahora con la película: ayudar a estas personas a crecer, a tener más confianza, a tener buenas experiencias, desarrollar sus personalidades, sus potenciales… Pero, por culpa del sistema, la prioridad es la protección, de las menores y de la institución, o más bien la protección de la reputación de la institución. Y para mí esto es un gran problema. Como trabajadores sociales, hay de todo. Se trata de hacer cosas con los menores, con los adolescentes, pero la mayor parte del tiempo tenemos que dedicarnos a temas burocráticos, en lugar de desarrollar proyectos de verdad con los menores. Yo trabajé en esto y, en mi primer trabajo, literalmente me tocaba “encarcelar” a los menores durante la noche. Para mí eso no tiene ningún sentido.
¿Por qué la película se centra solo en mujeres?
Desde el principio, yo quería hablar de abusos sexuales. He conocido a muchas mujeres que me han contado estas historias de que han sido víctimas de abusos por parte de su padre, de su tío, incluso del abuelo. Y estas son historias verdaderas que yo quería llevar a la película. Creo que ya es hora de que nos planteemos estas cosas. Los abusos sexuales son sobre todo un problema que sufren las mujeres.
¿Qué puede hacer un/a inmigrante adolescente cuando llega a la mayoría de edad y se le niega el derecho de asilo? ¿Tiene alguna salida?
Creo que hay que normalizar estas cosas. Lora le dice a Tamara que escape, para que no la encuentre la policía y la devuelva a su país. A veces, la solución consiste en eso, en que los trabajadores sociales les digan a los chavales que huyan, pero claro, esto es ilegal. Estoy trabajando ahora mismo en una nueva película, muy distinta, y acabo de hablar precisamente con un hombre que lleva seis años estudiando, igual que Kasia, está absolutamente integrado en Suiza, y de repente le han dicho que le deniegan el asilo, así que tiene que regresar a su país, Eritrea. Él estuvo a punto de morir cuatro veces solo para venir aquí, y ahora le toca regresar. Así que lo que hace mucha gente en esa situación es escapar a otro país europeo y volver a intentarlo desde ahí.