La Semana de Cine era capaz de obrar milagros hasta con la censura franquista. O, al menos, con La naranja mecánica, de Stanley Kubrick, lo logró, a pesar de que Valladolid tiene fama de ciudad conservadora, y lo hizo en la época en la que al sur de Francia se iban a ver las películas prohibidas aquí, a este otro lado de los Pirineos. El estreno en España de uno de los filmes más controvertidos de la historia del cine tuvo lugar en la Seminci, en 1975, tres años y medio años después de su estreno en Estados Unidos y Gran Bretaña.
¿Cómo fue posible?
El documental La naranja prohibida, de Pedro González Bermúdez, logra desentrañar el misterio. Y lo hace en la Seminci justo cuando la polémica obra de Kubrick cumple 50 años. Y de la mano de un realizador que nació en 1975. Y, en el Teatro Carrión, donde también conoció su estreno abierto al público en aquella 20 Seminci de las postrimerías del Régimen.
«En aquellos años hacíamos un primer pase de las películas en el cine Avenida y el segundo en el Carrión, ya abierto al público. El primer pase era abonado, en un tiempo en el que los abonos se compraban con años de antelación. Pero ese primer pase de La naranja mecánica hubo que hacerlo en el Coca, con capacidad para 1.300 o 1.400 personas, porque el Avenida se había quemado», ha explicado Carmelo Romero, director de la Semana de Cine en 1975, durante el coloquio celebrado tras la proyección del documental en la primera jornada de la edición número 66 del festival.
Sobre el escenario del Carrión, junto a él, el director de La naranja prohibida, Pedro González Bermúdez, y el protagonista de La naranja mecánica, Malcolm McDowell, flanqueados por el presentador de la sesión y la intérprete de McDowell. Entre los aplausos de un público absolutamente entregado, los tres han desentrañado algunos misterios más de los que desvela el documental en torno al filme de Stanley Kubrick, además de responder a las preguntas del patio de butacas con una buena mano de jugosas anécdotas.
Una mentirijilla para convencer a Stanley Kubrick
Para empezar, del director de la Seminci le mintió a Kubrick, como refleja el documental y como quedó confirmado en directo. Le aseguró que su filme solo se pasaría en la Universidad de Valladolid, a sabiendas de que no iba a ser así, de que iba ser tratada como una más en la programación de la Semana. Primero, un pase abonado en el Avenida/Coca y luego, el pase en el Carrión. «La mentira es menos si se tiene en cuenta que casi el cien por cien de los espectadores, al fin y al cabo, fueron estudiantes», explicaba Romero.
Se podría decir que un año antes Stanley Kubrick se la había jugado a él, cuando, con todo preparado para la proyección del filme en 1974, le pidió la cinta para enviarle otra de mejor calidad y nunca más la devolvió. Perfeccionista hasta la obsesión, tal vez los proyectores de las salas vallisoletanas no le parecieran lo suficientemente buenos para que la cinta diera el máximo de calidad durante la proyección; o tal vez tuviera reparos con las circunstancias de la dictadura y sus censores. Se barajan las dos hipótesis. Pero el caso es que en esta ocasión la censura no había dicho ni mu.
Una censura que no censuró
Más de un año antes, la Warner Bros. había ofrecido el filme a la Seminci con el visto bueno de la Junta Superior de Censura Cinematográfica incluido. El Régimen no solo trataba de abrirse, sino que en ocasiones testaba la reacción del público en entornos lo suficientemente acotados. Lo mismo le ocurría a las productoras, que recurrían a los festivales para comprobar si sus películas tenían o no buena acogida.
La naranja mecánica fue un éxito absoluto y Kubrick nunca se quejó de la mentira. Su filme no gustó a todo el mundo, pero el material gráfico de 1975 deja constancia de la larguísima cola de estudiantes a la espera de conseguir su entrada, principalmente porque en España, en aquel momento, bastaba que un filme o un libro estuvieran censurados para que levantaran una gran expectación. «A los festivales nos venía de perlas, la verdad. Cuando terminó la censura tuvimos muchos más problemas para crear ese interés con nuestras programaciones», explicaba Romero.
Acogida desigual
Miles de personas se quedaron sin su entrada. Entre otras, todos los familiares, conocidos y compromisos del dueño del Carrión en aquel momento, entre quienes él había repartido todas las entradas antes de que salieran a la venta. Todas. Romero invalidó aquella tirada y ordenó imprimir nuevos boletos para todos que los estudiantes que habían pasado la noche haciendo cola pudieran optar a 2 tiques cada uno, no más. Así que a los conocidos del dueño del teatro, que repentinamente se vieron una entrada “falsa” en sus bolsillos, se unieron varios cientos más de espectadores frustrados que tampoco pudieron conseguir una de las nuevas.
Con todo, el filme no gustó a todos los espectadores, algunos de ellos sobrepasados por las escenas de violencia explícita.
Esta cuestión, la violencia, fue una de las que centraron el coloquio tras la proyección del documental. Pedro González mostró su acuerdo con que en la película de Kubrick hay dos claros tipos de violencia: la personal y física, que se aplica en durísimas escenas, y la violencia de Estado, más sutil, «para dominar por completo al personal», en palabras de Romero. En ese punto subyace el concepto que le interesa al filme, el del libre albedrío.
¿Pero qué ocurriría con esa proyección, digamos, en 2020?
Autocensura en el siglo XXI
El director de La naranja prohibida incluyó en su documental un pequeño experimento: el pase de La naranja mecánica a un grupo de universitarios actuales que habían oído hablar del filme, pero no lo habían visto. La reacción, independientemente de la valoración individual, fue unánime: «En esta época sería imposible hacer una película así. Ni siquiera los productores se atreverían a hacerla», decían.
Es uno de los fragmentos del documental que más llamó la atención de una parte del público, como hizo notar uno de los espectadores. El propio realizador se sorprendió de la reacción, y de esa «autocensura» en sus propias palabras, que parecen imponer los tiempos de lo políticamente incorrecto. Y la diferencia con aquellos jóvenes de los años 70 parece evidente.
Malcolm McDowell, que había estado haciendo gala de un desternillante sentido del humor hasta el momento, se puso serio: «No soy muy optimista en relación con la actualidad y el futuro. Soy británico y estadounidense, pero vivo en Estados Unidos, y a veces hay un clima muy enrarecido a causa de la actitud de los líderes políticos. Trump no se ha ido del todo, y para los jóvenes es muy difícil enfrentarse a un ambiente lleno de noticias falsas y medias verdades», afirmó.
Para el protagonista de La naranja mecánica, resultan especialmente inquietantes algunos cambios en la sociedad estadounidense: «El racismo ha vuelto con gran fuerza allí. O el asunto de la toma del Capitolio, que afortunadamente no salió adelante, porque este tipo de acciones absurdas luego tienen un efecto dominó en otros países».
No más visionados de La naranja mecánica
Su personaje, Álex, había servido para ese estudio del libre albedrío o los distintos niveles de violencia, pero tampoco parece muy dispuesto a volver a reencontrarse con él. «La última vez que vi La naranja mecánica fue en Cannes, en el 40 aniversario del filme. Y esta vez ya sí que va a ser la última. Ya sí que sí es suficiente», afirmó.
Sus palabras dejan claro, sin embargo, que con esta revisión de Pedro González a la que él pone la voz del narrador le ha merecido la pena la experiencia: «No es un documental fácil de dirigir y Pedro lo ha hecho con muchísimo talento. Valladolid, como ciudad, debería sentirse orgullosa de lo que se hizo hace casi 46 años con esta película».
Y, como cierre, y a petición del público, algunas de las preferencias de McDowell: como película, Fargo. Como director, Tarantino. Como actor, James Cagney.