4/1/2021.- Carlos Saura fue en 2009 uno de los máximos protagonistas de la Seminci, gracias al ciclo retrospectivo que la Semana organizó en su honor. Los títulos más representativos de la carrera de uno de los más grandes directores del cine español, y también otros menos conocidos pero importantes dentro de su trayectoria, se pudieron recuperar en el certamen vallisoletano.
Desde su debut en el terreno del largometraje con Los golfos, Saura ha seguido una línea muy personal que le ha llevado a transitar múltiples escenarios cinematográficos. Aun así, muchas de sus películas comparten entre ellas sólidos nexos de unión que hacen de ellas pequeños hitos independientes en un largo proyecto común.
Condensar en unas pocas líneas la obra cinematográfica de Carlos Saura se antoja poco menos que imposible, tanto por lo dilatado en el tiempo de esta trayectoria como por los tonos que adquieren sus diferentes propuestas. Y es que, repasando la filmografía del director, es posible observar de qué manera conjuga cintas como Elisa, vida mía con El Dorado; Mamá cumple cien años con Deprisa, deprisa, o Taxi con Buñuel y la mesa del Rey Salomón.
Maratón, la película oficial de los Juegos Olímpicos de Barcelona también se incluye en una colección de títulos donde encuentran cabida multitud de temáticas diferentes. Entre sus trabajos aparecen también Salomé, con la bailarina Aída Gómez, El séptimo día, basada en los crímenes de Puerto Hurraco, o Goya en Burdeos, su particular visión del genio aragonés con Francisco Rabal y José Coronado.
El encuentro con el productor Elías Querejeta, con quien compartió cerca de dos décadas de trabajo, dio como resultado un puñado de obras en las que retrataba con toda la carga crítica que la censura permitía los males de la sociedad de los últimos años del franquismo. La represión o las secuelas difíciles de superar que dejó atrás la Guerra Civil son temas recurrentes en el cine que Saura dirigió durante esa primera etapa.
Con Peppermint frappé, Oso de Plata en el Festival de Berlín, muestra cómo el agobiante contexto represivo de la época era el detonante de una latente explosión violenta. En Ana y los lobos centraba su mirada en una aristocrática familia recluida en un opresivo ambiente en la que la irrupción de una institutriz trastocaba su modo de vida.
En 1981, Saura lleva a cabo su primer acercamiento al género musical pero alejado de cualquier concepción preestablecida y en el que quiso imprimir su característico sello. Bodas de sangre, en la que colabora con Antonio Gades, es el título con el que abre una senda que recorrería en años posteriores. Junto con Carmen y El amor brujo compone un tríptico que le reportaría un inmediato reconocimiento por parte del público e importantes premios en festivales como Cannes. Su pasión por la música quedó también reflejada en títulos como Flamenco, Sevillanas, Tango, Fados, Zonda, folclore argentino o Jota de Saura, homenajes a estas representaciones artísticas.
A lo largo de una carrera tan extensa como la suya ha tenido tiempo de dirigir algunos de los títulos que mayor éxito han alcanzado en España. La multipremiada ¡Ay, Carmela! es un claro ejemplo. En los últimos años, Saura ha continuado con esa senda plagada de eclectismo por la que siempre ha transitado con largometrajes como Buñuel y la mesa del rey Salomón, Goya en Burdeos e Iberia.
La retrospectiva dedicada a Carlos Saura no estuvo limitada a la proyección de su obra cinematográfica. Además, el libro “Un joven llamado Saura”, de Diego Galán, repasaba todo su trabajo y una exposición mostró una selección de fotografías y pinturas elaboradas por el propio director, facetas en las que Saura ha volcado también sus inquietudes artísticas.
De manera paralela a esta faceta cinematográfica, Carlos Saura ha fraguado a lo largo del tiempo una especial relación con otras formas de expresión en la que se ha mostrado siempre muy interesado. La fotografía y la pintura le han acompañado a lo largo de los años y ha combinado todas estas pasiones de forma libre, sin ningún propósito premeditado. “Cuando me aburro de dibujar, escribo, y cuando me aburro de esto hago fotos, o cine”, explica un Saura para quien los pinceles, los objetivos o las páginas en blanco no son sino herramientas complementarias en las que volcar su vena artística.
Saura fotógrafo
La relación de Carlos Saura con las cámaras fotográficas viene de lejos. El propio director recuerda que comenzó a experimentar con ella con apenas nueve o diez años, gracias a una vieja Leica heredada de su padre. Lo que al principio no era más que una forma de conservar los recuerdos se transformó rápidamente en una válvula con la que expresar sus emociones.
A los diecisiete años comienza a realizar fotografías de manera profesional y poco después a exponer sus trabajos. Los viajes que había realizado alrededor de España son el motivo de un álbum fotográfico en el que se embarca poco después. El interés por este medio lo condujo al Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas primero y a la dirección más tarde, donde debutó con Los golfos.
Desde entonces, y a pesar de que en gran medida el Carlos Saura cineasta eclipsó el resto de facetas, la cámara fotográfica ha sido una fiel acompañante que no le ha abandonado en ningún momento.
Sauna pintor
Como parte del homenaje que la Seminci dedicó a Carlos Saura en su edición de 2009, una gran exposición mostró por primera vez gran parte de su obra gráfica que, además de instantáneas, reunió pinturas, dibujos, bocetos, story-boards y piezas de todo tipo en las que quedó patente la excelente relación que mantiene con los pinceles. Herramientas con las que, por ejemplo, dibuja encima de fotografías para encontrar un nuevo enfoque diferente al que en un primer momento quedó grabado en el papel.
La propuesta del festival vallisoletano ha sido quizás la más ambiciosa hasta la fecha de integrar en un único espacio el grueso de una casi inabarcable obra que comenzó a gestarse hace décadas.