Los directores argentinos de Clementina, a punto de ser padres, no han podido viajar a Valladolid, pero han presentado la película desde su casa por videoconferencia
Agustín Mendilaharzu (dramaturgo y cineasta) y Constanza Feldman (bailarina, actriz y coreógrafa), codirectores de la película argentina Clementina, han comparecido este jueves 27 en rueda de prensa on line, desde su país, para hablar de la película que realizaron durante el largo confinamiento por el covid, encerrados en casa y sin medios de producción. Con ella debutan juntos, como directores, y compiten en la Sección Oficial de la 67 Seminci.
El confinamiento de 2020 los encontró viviendo juntos y los convirtió en directores de Clementina, una «fantasía cómica en cinco capítulos» que rodaron desde el interior de su departamento, durante el primer largo confinamiento por el covid19, con los escasos medios de que disponían. Se han mostrado encantados de participar en la Seminci y un poco tristes por no poder viajar a Valladolid, ya que Constanza Feldman (que, además de codirigir, interpreta el papel protagonista de la película) se encuentra embarazada y, en estos momentos, casi a punto a dar a luz.
Agustín Mendilaharzu ha explicado que ambos ni siquiera convivían antes de la pandemia. «Éramos una pareja un poco en ciernes. Yo trabajo como camarógrafo y cuando vimos que se iba a decretar el primer confinamiento, fuimos a buscar una cámara juntos porque creímos que algo importante podía pasar y estaba bien tener una cámara en el departamento. Conforme fueron pasando los días, empezamos a extrañar mucho nuestros oficios —Constanza es actriz y yo también dirijo teatro—, y empezamos a probar cosas con la cámara, pequeños juegos de ficción… Paralelamente a esto filmábamos algunas cosas que sucedían alrededor de nuestro departamento, que realmente empezó a volverse un poco loco, porque empezó a haber fallos en el agua y la electricidad… y comenzó un desfile de albañiles y plomeros (o fontaneros, como dicen ustedes allá) y vecinos reunidos… Nosotros filmábamos a través de la ventana y de la mirilla, y tratábamos de entender cómo podía ser que no pudiéramos ver a nuestras familias, porque estábamos confinados, y mientras teníamos que recibir en nuestra casa a toda esa gente extraña… No teníamos agua, la televisión insistía en que teníamos que lavarnos las manos mucho… Era una situación muy paradójica».
En ese contexto empezaron a pensar, ingenuamente, en cómo hacer algún tipo de ficción que dialogara con todo lo que estaba pasando y lo aprovechara. «No queríamos hacer un documental, sino que a partir de un registro documental se generara una ficción estilizada, con un lenguaje más clownesco, más cercano al de Jacques Tati o Buster Keaton, que eran los directores que estábamos mirando por esos días. Y ahora que tenemos el largometraje, y nos acordamos de aquellos primeros días, nos damos cuenta de que si hubiéramos sabido todo el trabajo que teníamos por delante… probablemente no hubiéramos hecho nada».
Un confinamiento creativo y un rodaje raro
La película, una comedia en clave de humor sobre aquel primer confinamiento, está plagada de imágenes y situaciones surrealistas. ¿Realidad o ficción? «No, no. La película está llena de ficción. Hay ciertos hechos documentales, o reales, como la gran historia que era la cuarentena, y en base a eso íbamos llenando de ficción la película», aclara Feldman.
«Los puntos de partida de cada uno de los episodios son reales. Es real que yo tenía esa colección de muñecos, por ejemplo», puntualiza Mendilaharzu. «Como la película llegó a tener un acabado técnico prolijo, la gente no advierte que esto lo estábamos haciendo nosotros dos solos, en una época en la que realmente no se podía salir de casa. Todo lo que aparece en la película estaba cerca de nosotros, no es que contratáramos producción, ni a gente para que viniera… A lo sumo podíamos ir al supermercado y comprar algunas bombillas para tener un poco más de claridad dentro del departamento. Pero todo fue hecho de forma muy casera, en tiempos en los que uno no podía salir a procurarse los medios que necesita una producción».
El confinamiento les puso en situación creativa, y el proceso de rodaje fue largo y extraño, según reconocen ambos: «Entramos en una especie de laboriosidad muy febril, y eso fue muy raro. Nuestros colegas reconocieron que estaban detenidos, y aprovecharon para leer, para ver películas, algunos para escribir… Nosotros filmábamos sin parar, transformamos nuestra casa en un plató de filmación. Y prácticamente no había un segundo del día en que no estuviéramos filmando o pensando, porque el guion de la película se iba construyendo conforme iban pasando cosas y se nos iban ocurriendo nuevas alternativas argumentales… Trabajamos un montón, esa es la verdad».
De pequeños objetos cinematográficos a un largo
Constanza Feldman ha recordado cómo empezaron a filmar sin un objetivo claro. Al principio pensaron en rodar un corto, o pequeños cortos. «Hicimos un montaje de manera remota, porque ninguno de los dos sabe sobre el tema, y armamos un pequeño corto, que es el primer episodio que tiene la película. Lo mostramos, y ahí los socios de Agustín nos animaron a seguir… E hicimos otro corto, todo porque nos pasaban cosas en el departamento y en el edificio… Y de ahí surgió la idea de hacer una serie de pequeños objetos cinematográficos. Pero de pronto todo ese material era un montón y, pensando en el Bafici, decidimos trabajar ese material como un largometraje».
Así lo ha resumido Agustín Mendilaharzu: «Cada capítulo empezaba y terminaba siguiendo una gramática muy propia del cortometraje, y tuvimos que readaptarlo todo para el largo. Cada capítulo tenía una secuencia de títulos finales muy hermosa, y eso fue duro de sacrificar. Pero los dos primeros cortos sumaban juntos 50 minutos, y los siguientes empezaron a durar más de 30 minutos. También nos dimos cuenta de que aquello de ponernos a filmar, que había sido como un impulso, era algo que todo el mundo había hecho; todos los actores y directores que estaban desocupados se habían puesto a filmar cosas en sus casas con sus teléfonos. Pero ese formato de cortometraje pandémico, ofrecido a través de la web, no había sido un gran motor para la reflexión audiovisual, ni un territorio de producción de cine. Y eso nos daba mucha pena: que un producto en el que habíamos puesto tanto trabajo, en lo plástico y en lo sonoro, dialogara con una producción que había pasado por completo de esa pretensión de hacer algo formalmente complejo».
En ese sentido, la opción del largometraje les pareció que les iba a acercar «a un público que podía mirar eso con otros ojos, más cinematográficos». «Porque, para nosotros, eso que habíamos hecho tenía una naturaleza cinematográfica muy fuerte, más allá de que al principio lo hubiéramos pensado en forma de cortos. Estar acá [en la 67 Seminci] es la prueba de que ese objeto audiovisual llamado Clementina —al que nos costó mucho llegar, porque tuvimos muchas dudas, en el sentido de que pasar aquello a largometraje no era sino resignar una forma original para meternos en una forma más convencional— puede ser visto como cine, y a nosotros eso nos gratifica mucho», ha advertido Mendilaharzu.
Clementina está cosechando galardones, entre ellos dos grandes premios en el Bafici. «No nos esperábamos este recorrido. Cuando nos convocaron del Bacifi para la selección, y mandamos el primer corte, muy precario todavía, sin trabajo de sonido aún, y nos dijeron que nos querían poner en la competencia internacional del festival, nos dijimos: ¡Están locos! ¡Cómo nos van a poner a competir con películas que tienen una producción gigante, cuando la nuestra es algo que hicimos dos personas en un departamento! Es como si a nuestro equipo de fútbol del barrio lo pusieran a jugar con el Real Madrid o con el Barcelona… Por suerte no fue así, la película ganó increíblemente. Todo es muy sorprendente».
Convertir las dificultades en potencia creativa
A la pregunta del público de cómo surgió la idea de que el personaje que interpreta Agustín (Guillermo en la película) aparezca siempre de espaldas o desenfocado, Constanza Feldman ha explicado que fue por algo tan simple como que él tenía que manejar la cámara. «Y aquello empezó a ser cada vez más gracioso, que fuera un personaje desenfocado, o no se le pudiera ver en primer plano. A medida avanzamos, yo aprendí a manejar la cámara y podía hacer algunas cosas. Pero intentábamos que siempre estuviera fuera de foco, porque nos parecía muy gracioso».
«Tuvimos un par de imperativos éticos», detalla Mendilaharzu. «Uno era que la cámara no iba a salir ni a estar puesta en la calle, sino que todo iba a ser grabado dentro del edificio, y el otro que mi personaje tenía que estar fuera de foco. A nosotros nos gusta pensar que toda película, y toda obra de teatro, además de lo que narra, debe ser de alguna manera un documento de la forma en que ese objeto fue creado. Estamos preocupados por el hecho de que una película hecha solo por dos personas durante la cuarentena tan estricta… que eso quedara impreso en la película. Quisimos deliberadamente evitar toda astucia que supusiera que había alguien más manejando la cámara. Surgió de modo azaroso y lo convertimos en una pauta de trabajo».
«Nosotros venimos de las artes escénicas y estamos muy acostumbrados a trabajar a veces con obstrucciones o con muchas dificultades, y a convertir eso en algo a potenciar en lugar de quejarnos. Y eso en la película nos jugó a favor», ha advertido Constanza.
El gusto por la comedia
También a preguntas del público, sobre los gags de humor que contiene la película, ambos han reflexionado sobre el hecho de que, mientras filmaban, sí que se preguntaron qué iba a suceder después, cuando se alejara la pandemia, si esos gags se volverían viejos o si la gente iba a recordar ese tiempo como una época oscura sobre la cual no se puede hacer humor… «Pero a nosotros nos gusta mucho la comedia, y nos parece que en un mundo intelectual y políticamente sano debería poder hacerse comedia sobre casi cualquier cosa. Solo hay que tratar de que la comedia funde un lenguaje propio y se despegue un poco del referente real. Y creemos que hemos balanceado bien esas dos cosas. El referente de la pandemia está, y la película, sin negarlo, se autonomiza y lo convierte en una especie de manantial para crear movimiento e ideas cinematográficas», ha concluido Agustín Mendilaharzu.