El realizador ucraniano indaga en la corrupción de su país a través de una colorista y expresiva puesta en escena articulada mediante planos secuencia
- Antes de nada, ¿cómo está viviendo la guerra?
Creo que es una experiencia que acarreará cambios profundos y prolongados en el tiempo. Es, además, un trauma colectivo de enorme impacto para nuestro país y cuya resonancia se extenderá, como mínimo, durante las próximas cinco décadas. Una experiencia que afectará sin duda a nuestra generación y las siguientes y que nos hará reflexionar acerca del precio de nuestra independencia, de nuestra identidad nacional: el precio de oponernos al imperialismo ruso y ser una nación libre; el precio de la libertad, del que seremos conscientes durante mucho tiempo. Tenemos que defendernos a toda costa. Cuando acabe la guerra, que ganaremos, seguiremos teniendo al mismo vecino: un muy mal vecino, como tanto mi generación como las sucesivas todos y como recordarán también las sucesivas generaciones: un enemigo de nuestro país.
- En su cortometraje Weightlifter (2018), ya reflexionaba sobre la idea de familia y sacrificio, mientras que su documental Krasna Malanka (2013) indagaba en la significación social del carnaval de Bucovina. ¿Puede considerarse Pamfir como una combinación de esos trabajos previos?
Rodé Krasna Malanka mientras estudiaba en la escuela de cinematografía. Fue mi proyecto de graduación, al que dediqué un par de años, y trataba el tema del contrabando de tabaco. Mientras lo filmaba, estuve alojado en aquella región y la experiencia del carnaval me pareció muy interesante. Conocí a personajes muy curiosos en aquella comarca montañosa y de frontera: también la frontera entre lo pagano y lo cristiano, entre lo moderno y lo antiguo. Esta temática me atraía mucho: lo fronterizo, esa zona gris en la que habitan algunas personas que no acaban de distinguir entre lo que está bien y lo que está mal. Reflexioné mucho sobre estas cosas mientras realizaba el documental. Después me decidí a rodar una película de ficción. Para mi dirigir una película es como pintar un cuadro, como embarcar a los espectadores en una especie de viaje al interior de la historia: al interior del cuadro. Desarrollé la idea, el tratamiento. Me di cuenta de que tenía que avanzar con respecto a lo que había hecho en mi película de graduación. Y en torno a esta idea, dirigí Weighlifter, una obra de naturaleza distinta a la anterior, pero con el mismo planteamiento: el viaje al interior del cuadro. Es una película con más hincapié en la estética, en lo pictórico, en los planos largos que capturan momentos importantes. Esto mismo lo apliqué en Pamfir, donde hay tres momentos —tres planos— importantes con ese enfoque estético. La historia se construye a modo de capítulos en la biografía del personaje principal, con tomas largas, planos secuencia. El planteamiento era el contrario que el que empleé en Weighlifter, donde si el protagonista corría, la cámara lo acompañaba; y lo mismo si caminaba o si se quedaba quieto. Siempre dentro de su experiencia, pegados a ella, sintiéndonos parte de la historia, del viaje del protagonista. De modo que, en efecto, las dos películas fueron en cierto modo los preparativos y los instrumentos para la etapa posterior, un aprendizaje que desembocó en Pamfir.
- La película refleja una corrupción generalizada en la Ucrania actual, dominada por caciques locales y con la emigración casi como única vía de escape. ¿Es usted pesimista respecto a la realidad de su país, más allá de la guerra?
Centrarme en una situación de corruptela en una pequeña comarca cercana a la frontera me permite reflejar lo que sucede a escala sistémica. Si volvemos la vista atrás y pensamos en el periodo anterior a la Revolución Naranja (2004-2005), vemos que corrupción estaba completamente generalizada. Después llegó un periodo de esperanza, de estándares de transparencia más exigentes y, aunque también experimentamos cierto desencanto, podemos defender que el nivel de corrupción disminuyó. Luego sobrevino el régimen de Yanukóvich y volvió a incrementarse, si bien no alcanzó los niveles de la década anterior, entre otras cosas porque la población ya había abrazado unos nuevos valores. Por eso se produjeron las protestas en la plaza Maidán, porque las nuevas generaciones ya no estaban dispuestas a aceptar la situación anterior. Ahora, en plena guerra, también percibimos un nuevo estándar ético, la convicción de que no pueden repetirse los sucesos anteriores. En este sentido, Pamfir es una película sobre nuestro pasado, sobre el periodo 2014-2019, un tiempo gris al que los medios de comunicación internacionales denominaron «guerra híbrida». La corrupción es un atavismo que tiene que desaparecer, pero este es un proceso que hay que constantemente. También hay corrupción en otras partes, incluso en los países de la Unión Europea, pero en todo caso hemos demostrado que tenemos la capacidad de actuar frente a este problema.
- Llaman la atención los cuidadísimos planos secuencia de los que se compone la película, con una fotografía tremendamente expresiva firmada por Nikita Kuzmenko. ¿Planteó este diseño visual desde el guion? ¿Cómo fue su planificación, hicieron falta muchos ensayos previos?
Ya desde el guion decidimos crear una historia usando el plano secuencia para reflejar momentos especiales o importantes en la vida de los personajes; igual que en las novelas hay capítulos, éste fue el planteamiento respecto al plano secuencia. Hicimos un storyboard con el diseñador de producción y el de fotografía en el que decidimos en qué momentos necesitábamos encuadres más cerrados o abiertos. También adoptamos decisiones respecto al especto cromático, qué colorido iba bien para las escenas familiares o las de acción. Con los actores, nos aislamos en dos localizaciones que salen en la película, la casa de Pamfir y la de sus padres, y realizamos allí todos los ensayos. El guion solo lo había leído el equipo técnico y los actores solo conocían sus propias secuencias, no las de los otros, con el objetivo de que se centrasen en sus historias particulares. Fe un proceso arduo porque cada secuencia, cuyos ensayos previos grabamos hasta conformar un vídeo final que sirvió de borrador de la película para el equipo técnico, llevó mucha planificación y tuvimos que adaptar los espacios a los requerimientos de Nikita, que realizó una labor artística impresionante antes y durante los 36 días que duró el rodaje.
- Destaca la potencia de esas imágenes y el cruce de géneros de Pamfir.
El cruce de géneros fue uno de los retos que me planteé. Quería mantener la emoción en el público, alimentar las expectativas y manipular su atención, sobre todo con las secuencias de acción. En esa línea va la atmósfera brillante y llena de color que impregna la película, una atmósfera de extrema belleza en la que también pueden ocurrir actos violentos. Ese derroche de color desemboca en una tragedia. Todo lo visual está al servicio de una idea: que, del amor incondicional, pueden brotar efectos no deseados.
- Su último trabajo, el corto documental Liturgy of Anti-Tank Obstacles (2022), aborda directamente la invasión de su país por parte de Rusia. ¿Considera que el cine es un arma útil contra el imperialismo?
El cine documental, ahora mismo, no está aportando toda la información sobre Ucrania. Se dan cifras y estadísticas de víctimas, pero sólo son números. Si ves una historia personal reflejada en la pantalla, te das cuenta de cómo son las cosas desde una perspectiva subjetiva, y en Liturgy of Anti-Tank Obstacles vemos cómo hasta un escultor de tallas religiosas, alguien alejado a priori de la guerra, construye barreras para frenar los carros de combate rusos. Todo el mundo echa una mano para defender el país y me interesa mucho reflejar en imágenes esta actitud, y creo que así puedo aportar también mi grano de arena a la causa.
- ¿Qué proyecto tiene entre manos ahora?
Estoy trabajando en dos documentales sobre la situación actual del país. Mis futuros proyectos tendrán que ver con la guerra, con cómo ha cambiado a Ucrania y a Europa. La guerra no debería haber sucedido, pero es lo que hay y tenemos que convivir con ella.
[Imagen: Oleksandr Yatsentyuk y su hijo en la rueda de prensa de presentación del filme]