Ken Loach, cuya trayectoria ha estado ligada al festival desde Kes (1969), su segunda película, regresa a la Sección Oficial con el que, como ha sugerido, puede ser su último largo, El viejo roble, un retrato sobre «las semillas del racismo» a partir de la historia de un grupo de refugiados que llega a un pueblo en crisis ubicado en el norte de Inglaterra.
«Lo que tratamos de explicar es que, cuando una comunidad pierde la esperanza, cuando cierran los comercios, las viviendas se quedan vacías y su valor cae; cuando el conjunto de la comunidad se queda abandonada y no se ve un futuro, caen en la desesperanza», ha reflexionado el cineasta británico sobre las causas de la xenofobia y el auge de formaciones que convierten en bandera esos postulados. Loach ha precisado que su filme no constituye un «alegato político», sino «un relato que refleje el sistema para mostrar también cómo hay buena gente susceptible a este problema», una valoración en la que ha coincidido su colaborador habitual, Paul Laverty.
«Queríamos desentrañar la complejidad de lo que teníamos delante», ha precisado Laverty, guionista de cabecera de Loach desde principios de los noventa, con relación al entramado económico, político y social que da lugar al rechazo al migrante. «Esa furia es legítima, pero hay que buscar al verdadero culpable y tener la empatía de ponerse en la piel de esas personas», ha sostenido el libretista escocés, para quien la solución pasa por «el sentimiento de comunidad».
El tándem ganador de dos Palmas de Oro —por El viento que agita la cebada (2006) y Yo, Daniel Blake (2016)— ha evidenciado también su preocupación por el momento actual, con discursos escorados hacia posiciones extremas, y ha reivindicado la necesidad de consolidar una industria cinematográfica europea «robusta e independiente» frente a la «colonización» de las producciones norteamericanas. «Creo que el cine es más que el negocio de Hollywood», ha defendido Loach, un planteamiento al que se ha sumado Laverty, que ha alabado el papel de los festivales como Seminci —«faros de esperanza», según ha definido— y ha puesto Green Border, crónica del drama migratorio en la frontera entre Polonia y Bielorrusia firmada por Agnieszka Holland y también a competición en Sección Oficial, como ejemplo del «potencial enorme» del séptimo arte.