28/6/2017.- La Espiga de Honor para Bong Joon-ho supone un reconocimiento a un estilo en constante mutación donde plantea al espectador preguntas, a veces sin solución, a partir de la eterna lucha entre realismo y fantasía.
El cine nos tiene acostumbrados a ir al grano. Un thriller mantiene al espectador en vilo a lo largo de todo su metraje, un drama sirve una historia trágica hasta el final y en una farsa encontraremos diversos gags dentro de un estilo de comedia constante. Pero la realidad nunca es así. La risa inoportuna que irrumpe en un funeral, la llamada inesperada que trae malas noticias en medio de una celebración… Es la vida tal y como la conocemos, la vida tal y como la refleja Bong Joon-ho.
No importa cuál sea la premisa del largometraje del director surcoreano (Daegu, 1969). The Host llega con la apariencia de una arquetípica monster-movie y sin embargo esconde un trágico drama familiar. Mother se sirve de la acusación a un joven deficiente de asesinato para indagar sobre las presiones y dilemas morales que, por regla general, el ser humano evita. Hasta detrás de la exhaustiva investigación policial de Memories of Murder se pasa revista a la desquiciada sociedad coreana de los años 80. Y en todas ellas emergen de improviso pequeños ramalazos irónicos, dosis puntuales de humor negro que dan respiro al espectador y le permiten visualizar la esencia misma de la realidad.
Las situaciones dramáticas de nuestro día a día se ven salpicadas de inconvenientes episodios cómicos. Bong Joon-ho introduce estas píldoras en cada una de sus tramas, incluida la fábula postapocalíptica Snowpiercer, su aterrizaje en Hollywood plagado de tintes políticos y sociales. Al público mayoritario le será familiar este recurso gracias al cóctel de horror y humor negro que supone el icónico baile del señor Rubio a ritmo de los Stealers Wheel en Reservoir Dogs. Sin embargo, en el fondo la filosofía de la Espiga de Honor de la Seminci llega mucho más lejos.
Bong Joon Ho ha conseguido reconciliar con equilibrio dos posturas de un histórico debate sobre cómo hacer cine. A finales de los años 40 se respiraba un pleno furor crítico hacia el Neorrealismo italiano, una corriente que entendía el séptimo arte como un reflejo de la realidad que se servía de improvisaciones y actores no profesionales para conformar sus largometrajes, sin manipulaciones de ninguna índole. Fue en 1948 cuando Alexandre Astruc desarrolló en un artículo de L’Écran français la teoría de la caméra-stylo, célebre a partir del aforismo “El cineasta con su cámara debe comportarse como el autor con su pluma”. Esta doctrina, que sentó los cimientos del cine de autor y el nacimiento de la Nouvelle Vague, exige una responsabilidad al director de imprimir su sello y contar su realidad explotando al máximo la creatividad y los recursos que el medio le brinda, como si fuera un escritor.
Sin abandonar la literatura, lo que Bong Joon-ho brinda a su público supone una especie de realismo mágico inverso. La realidad invade los cánones de la fantasía, donde planta diminutos capítulos hilarantes en los que algo sorpresivo causa reacciones imprevistas. En manos de cualquier otro director, este riesgo supondría una pérdida importante de ritmo y credibilidad, pero entonces el autor coreano enarbola su pluma y con un inimitable sentido del ritmo finaliza el gag y continúa con la acción. Otra marca de su filmografía reposa sobre la posibilidad que brinda la cámara de registrar varias acciones simultáneas para poner a prueba la atención múltiple del espectador, algo que aún ni el escritor más experimentado lograría por culpa de los límites impuestos por el lápiz y el papel.
Publicado en el número 51 de la revista Seminci (Edición especial – 18-25 de octubre de 2014)