29/10/2020.- Con un desprendimiento de retina y pocas horas antes de somerterse a la operación correspondiente, Oliver Laxe se ha enfrentado a la clase magistral prevista para esta mañana en el Salón de los Espejos del Teatro Calderón, la nueva ubicación de este tipo de actos de la Seminci debido a las medidas de seguridad a las que obliga el COVID-19.
El director de Lo que arde, una de las tres películas preseleccionadas para representar a España en los premios Oscar, se ha dejado guiar por las preguntas y comentarios de Javier Angulo, director de la Semana Internacional de Cine de Valladolid, que ha mantenido con el realizador gallego una enriquecedora conversación sobre su cine, sus proyectos y hasta su forma de encarar la vida.
“Ahora mismo tengo la sensación de estar donde tengo que estar y de hacer lo que tengo que hacer”, comentaba Laxe, que se ha trasladado a su Galicia natal, donde desarrolla un proyecto personal relacionado con la sostenibilidad del campo a la vez que mantiene una intensa actividad relacionada con el cine. Eso sí, lejos de la etapa de las promociones y la actividad derivada de la presentación de nuevos trabajos.
A pesar de que no está en ese momento, parece inevitable hablar de su filme, que en 2019 se hizo con dos Goyas de cuatro nominaciones, el de Mejor fotografía y el de Mejor Actriz Revelación; en el Festival de Mar de Plata obtuvo Mejor Película y Mejor Guion; en los Premios Gaudí, Mejor Film Europeo y Mejor Fotografía; en los Forqué estuvo nominada a Mejor Película; en los Feroz obtuvo cinco nominaciones, que incluían también Mejor Película y Mejor Director, y en la sección Un Certain Regard, del Festival de Cannes, se hizo con el Premio del Jurado.
Pero, ¿qué son los premios? Según el realizador, “al final los premios te legitiman”. Y, por supuesto, “te disparan el ego”. En su caso, los reconocimientos no tienen ningún efecto secundario sobre el nivel de exigencia consigo mismo, muy alto de forma permanente, tal como afirma. Y, siempre, las aguas vuelven a su cauce: “Hace ya 10 años de Capitanes [Todos vosotros sois capitanes, 2010, seleccionada en Cannes y Mar del Plata y premiada en Gijón] y la vida te pone en tu lugar todo el rato”.
En su último filme, cuyos actores no son profesionales “porque la peli pedía otra cosa”, su actriz principal es “una aldeana cosmopolita. Ella ha nacido en el campo y tiene el gesto del campo”. Precisamente eso, la sutileza del gesto natural, incluido en ellos las expresiones o la forma de construir hasta las más pequeñas frases de un discurso, es lo que Oliver Laxe buscaba para el proyecto. “La relación entre madre e hijo no es tan psicologizada como a veces vemos en el cine; aquí es una relación más de gestos aparentemente anodinos. Cómo tostar el pan en la cocina, por ejemplo, que parece que no significa nada, pero significa todo cuando es un gesto natural”.
La metodología de trabajo partía de un texto escrito que los actores debían conocer, pero no aprender. En los ensayos, “donde más se improvisó”, según el director, construían sus propias frases: “Es gente del campo con un lenguaje oral alucinante, y yo grababa los ensayos y luego sí, les pedía que se repitieran a sí mismos”.
Formación y Oficio
Oliver Laxe nació en Galicia, pero se formó en la Universidad Pompeu Fabra. En la actualidad, su fuente de ingresos principal es la docencia. Imparte clases en su antigua universidad, en la ESCAC y la Elías Querejeta Zine Scola, en San Sebastián. “A mí estar en la universidad me ayudó a hacer un mapa de autores. Lo bueno de una escuela es que trabajas el oficio, que creo que hoy nos falta un poco a algunos cineastas. El cine está cada vez más polarizado, como mercado y como expresión artística. En líneas generales, a los que estamos en el lado ‘autoral’ nos falta oficio y al que está en el mercado le sobra oficio”, asegura.
¿Cómo se adquiere? Pues por varias posibles vías, de las que la formación o rodearse de buenos profesionales son dos las posibles. “Lo que no se aprende es la mirada”, afirma. Y remata: “A mis alumnos o en los one to one, cuando realizadores o estudiantes que empiezan me preguntan qué deben hacer para mejorar, les digo que viajen, que se pierdan, que aprendan a conocerse”.
Con formación o sin ella, Laxe asegura que hacer cine termina por ser una realidad para quien encuentra la forma: “Al final, quien necesite hacer una película, la hará. Y si no la hace es que no lo necesitaba, con lo cual tampoco es una tragedia”.
La imperfección como virtud
El realizador afirma que no asiste a los pases de sus películas, ya que lo que le interesa es el proceso. “No he ido al cine a ver mis pelis. No quiero verlas, sino experienciarlas. Quiero ser libre de una forma muy radical”.
Un buen ejemplo puede ser, precisamente, el rodaje de Lo que arde, filme que recoge secuencias de incendios reales. Debían estar preparados para acudir a grabar cuando uno se producía. No encontraron ejemplos de rodajes en los que basarse, ya que no hay grabaciones de incendios de verdad en películas, y tuvieron que formarse antes en algunas técnicas para poder estar en ese entorno, con los correspondientes permisos, sin ser bomberos.
Pero lo que Laxe destaca es, precisamente, la experiencia del estímulo: “Filmar en un incendio real nunca se había hecho y era muy estimulante porque éramos como marineros en un caladero de peces nuevos. A nivel de imagen era súper excitante, no tanto por la novedad o el oportunismo, sino porque era enfrentarte al fuego, sentirlo; sentir el mundo que te habla”.
Esa experiencia ha marcado su camino desde que comenzó a hacer cortometrajes: “Si hay algo de lo que estoy contento de mi obra es que me he permitido equivocarme y perderme. Mis cortos eran balbuceos muy imperfectos que me han permitido conocerme a mí mismo”.
El realizador echa de menos ese permiso para andar la trayectoria propia, como si al salir de una escuela de cine o nada más empezar en el mundo cinematográfico fuera posible hacer esa película redonda y completa. “Hoy en día asistimos a la búsqueda de la perfección en las películas, y es muy bueno perderse al máximo que se pueda. Tratar de que un chaval recién salido de una escuela haga una película perfecta es como poner a hacer pesas a un niño de 12, o ponerle silicona a una adolescente para convertirla, de repente, en algo que aún no le ha dado tiempo a ser. Todo el mundo tiene que crecer y conocerse”.
Lo mismo le ocurre con los personajes: “Me gusta sentir el carácter heroico de un ser humano, que sufre pero encara el sufrimiento con nobleza. A mí me gusta mucho la gente rota, imperfecta. Tiene mucha luz. Desde luego, entre sorprender y conmover, sin duda prefiero conmover”.