Encandiló a media España con sus gafas redondas y su calculadora y a la otra mitad atada a una cama por un desesperado Antonio Banderas. Actriz fetiche de Vicente Aranda, musa de Jean-Paul Gaultier y chica Almódovar. Intérprete camaleónica capaz de iniciar en los avatares del erotismo a un bisoño Jorge Sanz y reconocer, en horario de máxima audencia, el asesinato de su marido ante la mirada atónita de Marisa Paredes. Profesional absoluta delante de la cámara, locuaz y provocadora cuando se aleja de ella, Victoria Abril recibe la Espiga de Honor por una trayectoria que la ha convertido en un icono absoluto del cine español.
Si de niña alguien le hubiese dicho que se convertiría en una de las actrices míticas del cine español, Victoria Mérida Rojas (1959), que todavía respondía a ese nombre, le habría mirado con sus grandes ojos marrones antes de sonreír con una mueca entre ingenua y descarada y desechar esa posibilidad. Ella iba para bailarina de las clásicas, con tutú y zapatos de punta, un destino al que renunció cuando se dio cuenta de que lo de actuar se le daba bien.
Victoria, ya con Abril de apellido, aceptó con 15 años su primer papel en el cine para sacar algo de dinero con el que poder continuar sus estudios de danza en el ex- tranjero. Se lo ofreció una de sus profesoras, cuyo marido, el realizador Francisco Lara Polop, buscaba a una joven para interpretar a la joven doncella que tiene un idilio con el hijo adolescente de una familia adinerada en Obsesión (1975). A este papel le siguieron otros como secundaria que alternó, a partir de 1976, con su participación en el progra- ma Un, dos, tres…, donde, cada viernes, se dirigía a unos veinticinco millones de personas con ese «once respuestas acertadas, a veinticinco pesetas cada una, doscientas setenta y cinco pesetas» que disparó su popularidad y la convirtió en uno de los rostros más conocidos del país.
Todavía con la idea de continuar su carrera como bailarina, Victoria Abril se presentó a una audición del director Vicente Aranda, quien, tras la renuncia de Ángela Molina, buscaba a una protagonista para Cambio de sexo (1977). Aranda había visto a la joven actriz en La bien plantada (Ramón Gómez Redondo, 1976) y se quedó prendado de aquella «especie de monito que daba brincos», a la que mandó buscar para realizarle una prueba en la que Abril se presentó saltando por encima de las mesas. Aquel encuentro cambió la trayectoria de ambos: la actriz desechó definitivamente su idea de dedicarse a la danza para abrazar la interpretación y el realizador encontró a la que sería su musa a lo largo de su prolífica carrera.
Juntos firmaron once películas en las que Abril se alejó de su inocente papel en el programa de Chicho Ibáñez Serrador para atreverse con personajes complejos, torturados y perversos entre los que se incluyen algunos míticos de la cinematografía española. «Victoria ruge antes de salir a por el plano», declararía Aranda sobre una actriz temperamental y decidida a la que dirigió en obras como La muchacha de las bragas de oro (1980), Tiempo de silencio (1986), El lute, camina o revienta (1987) y Amantes (1991), el papel que le dio un reconocimiento absoluto dentro y fuera de España, un filme «redondo», en palabras de la propia actriz, que compartió escena con los jovencísimos Jorge Sanz y Maribel Verdú en un melodrama de culto cargado de pasión y erotismo con el que consiguió el Oso de Plata a la mejor actriz en Berlín el mismo año que la 36 Seminci dedicó a director y actriz uno de sus ciclos.
Sus colaboraciones con Pedro Almodóvar no harían sino consolidar su nombre como uno de los grandes, ya fuese como el objeto de deseo de Antonio Banderas en ¡Átame! (1990), la hija de una diva en Tacones lejanos (1991) o la sensacionalista Andrea Caracortada en Kika (1993), papeles a los que se les sumaría, en 1995, el de la prostituta Gloria en Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto, de Agustín Díaz Yanes, por el que cosechó el Goya.
En los últimos años, Abril ha alternado proyectos en el cine con el teatro, la televisión, la moda y una carrera como cantante que se ven también recompensados con la Espiga de Honor, reconocimiento que se suma a su título de «caballero» de la Legión de Honor francesa y a la Medalla de Oro al mérito de las Bellas Artes, entre otros, y que recibirá a manos de Imanol Arias, una de sus parejas habituales en la ficción.