Se llama Jill Goldston. Ha trabajado en más de 2.000 películas, pero apenas aparece en los créditos de una docena. Jill, Uncredited, particular homenaje de Antohy Ing a la profesión de figurante, recorre cientos de fotogramas para hallar el rostro escondido y omnipresente de esa mujer que, desde la década de los sesenta, ha dado vida a miles de personajes mudos y desenfocados, siempre en segundo plano, vagamente familiares para el espectador e imprescindibles para que esa ilusión llamada cine pueda hacerse realidad.