Toda obra fuerte incomoda. Y la recientemente restaurada La captive, más allá de su trasfondo literario (es una adaptación de La prisionera, de Marcel Proust), se revela como una película extraña y perturbadora que reflexiona sobre la pareja, el amor, el sexo… y, en el fondo, sobre el cine como «constructo» masculino. Ambientada en París, este filme cadencioso se adentra en una relación disfuncional: el protagonista ama a una joven a la que mantiene cautiva en un lujoso palacete. Ella es un misterio para él, que no soporta su libertad y sospecha que se siente atraída por otras mujeres. Akerman, una de las cineastas más transgresoras de la modernidad europea, evita narrativas convencionales y hace de la elipsis un arte en esta inquietante fábula, no exenta de ironía, alrededor de la obsesión erótica, el voyeurismo y la escopofilia masculina, sin esconder su rica gama de influencias (Hitchcock, Godard…).
Hija de inmigrantes judíos polacos, nació en Bruselas en 1950 y falleció en 2015. Cuando solo tenía dieciocho años hizo su primera película, ‘Saute ma ville’, y dirigió su primer largo en Nueva York en 1972. Fue con ‘Jeanne Dielman’ (1975) cuando crítica y público descubrieron su trabajo y se posicionó como una cineasta de la vanguardia feminista (la cinta fue elegida mejor película de todos los tiempos en la encuesta de la revista ‘Sight and Sound’ de 2022). Artista polifacética, dirigió medio centenar de largometrajes y documentales, escribió libros y realizó instalaciones. En Valladolid compitió en la Sección Oficial en 1980 con ‘Los encuentros de Ana’ y en 1982 con ‘Toda una noche’, además de participar en Punto de Encuentro en 1992 con la obra colectiva ‘Contra el olvido’.